Los reyes me han traído un regalo singular. Algo que no esperaba pero que me ha emocionado.
Y no soy muy de regalos ni de navidades, la verdad, por eso me ha sorprendido especialmente.
La pérdida de la ilusión
La Navidad es uno de esos cajones emocionales que tenemos cada uno de nosotros. Puede significar la alegría de la niñez, las sonrisas de los abuelos cuando nos veían abrir regalos, pero también son un cajón donde vamos echando sacos de infelicidad, frustración y dolor mal gestionados.
En mi caso tengo buenos recuerdos de la navidad durante toda mi niñez y algo más agridulces entrando la adolescencia. Cuando empiezas a ser consciente de las pequeñas mierdas familiares que tienden a airearse cuando nos juntamos todos por estas fechas, todo cambia.
Pero mi pérdida total de la ilusión vino hace años, cuando mi padre nos dejó, a primeros de Enero, antes de ver sus últimos reyes.
Cada uno gestiona el dolor a su forma. La mía es, supongo, una de las peores. Consiste en enterrar el dolor en un pozo de mierda y echarle paladas de tierra por encima para que rezume lo mínimo posible. Cada vez que paso cerca del pozo intento no mirarlo y hacer como que no huele. Pero la realidad es que duele y, simplemente, no se cómo afrontarlo.
Esta falta de saber cómo narices gestionar el dolor y otras emociones, es uno de los motores que me llevan a explorar Sobre Crecer a todos los niveles. No hay mal que por bien no venga.
Cuando entierras a un ser querido y muy cercano, entierras con él muchas cosas que ya no vas a conseguir recuperar. Entierras heridas sin cicatrizar, sentimientos no cristalizados y muchas ganas de volver atrás.
Con esa Navidad yo enterré muchas renuncias a más ratos de calidad con mi padre mientras estuvo malo por estar empujando un proyecto que al final no salió. Y no es que no hubiera estado a su lado, pero ahora anhelo haber estado más. Enterré el deseo de estar seguro de que él se iba sabiendo que lo quería todo lo que puede querer un hijo y que estaba todo perdonado (y que realmente no había nada que perdonar).
Desde ese momento, para mí, la Navidad fue ese pozo de mierda cubierto de tierra. Un sitio que, aunque no lo parezca, huele muy mal.
Un regalo singular
Este año los Reyes Magos me han traído un regalo singular. Un regalo muy mágico. Unos nuevos ojos con los que ver el mundo.
Han sido mis primeras Navidades con un pequeño Yago que ya ha sido consciente de la mágica Navidad. Con dos añitos y medio ya se entera de muchas cosas, aunque las procesa a su manera. Como el ver las huellas de los dromedarios en el salón y salir pitando a por la escoba porque “ta susio”.
Mi gran regalo han sido sus dos ojitos. Porque es maravilloso poder ver el mundo desde otros ojos, desde otra perspectiva, desde un prisma capaz de transformar simple luz en un auténtico arcoiris con purpurina.
Quizás por ello me he pasado casi todos los momentos clave de la navidad sujetando las lágrimas en los ojos. Cada una de sus sonrisas destapaba una palada de tierra de ese pozo que hice hace años, dejando que se fuera un poco el olor.
Y es que una de las grandes mierdas de hacerse mayor son las mochilas que lleva uno consigo. Sobre todo las mochilas emocionales. Pierdes la ilusión porque te has llevado unos cuantos palos, sin acabar de entender que eso es lo normal en la vida. Lo más triste es que acabas renunciando a disfrutar de los pequeños, pero muy frecuentes, placeres que nos ofrece esta vida.
Quizás lo mágico de la Navidad es que nos vuelve a dar oportunidades aunque no las queramos. Con suerte, incluso sin querer, alguna cogemos. A veces a través de nuevos ojos mucho más puros, aunque estoy seguro que también de muchas otras maneras.
Puedes disfrutar de la Navidad por tí, al igual que puedes disfrutarla por tus pequeños, por tu pareja o por cualquier persona que te ayude a verla desde otro prisma.
Y esto también pasa con la vida. Mejor no abandonarse al cinismo del ‘todo es una mierda’, porque esa película acaba mal. Siempre podemos aprovechar cada oportunidad, cada personita que nos ilusione, cada momento mágico por ilusorio que sea y tratar de recargar nuestra energía e incluso nuestra capacidad de ver la ‘magia’ que nos rodea.
Nada es gratis, también es verdad. En mi caso el primer año y medio de vida de mi pequeño Yago ha sido un absoluto reto. Pero ahora cada vez que me busca me hace sentir importante, cada una de sus risas me da motivos para sonreír, y sus ojos que son capaces de percibir cada atisbo de magia, me hacen ver el mundo con colores mucho más brillantes e intensos.
Lo jodido es que también te empiezas a dar cuenta que todo lo que le amas, te duele. Nuevos miedos entran a escena. Pero volver a mirar adelante, en lugar de estar continuamente sufriendo el pasado, bien merece la pena.
Nunca me hubiera imaginado este regalo tan singular. Solo espero saber aprovecharlo al máximo.
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Tengo los pelos de punta, Corti. Te mando un abrazo y lo mejor para este año. Abrazo
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