Hace unos años, durante una reunión de trabajo, tuve una idea que no dejaba de dar vueltas en mi cabeza. Era diferente, arriesgada, tal vez incluso ingenua. Pero ahí estaba, llamando a gritos por ser compartida.
Miré a mi alrededor, viendo rostros enfocados, serios, algunos impacientes. Pensé: “¿Y si digo esto y me ven como un tonto? ¿Y si me juzgan o simplemente lo descartan sin más?” Me quedé callado. Y cuando la reunión terminó, esa idea terminó también, encerrada en el mismo lugar donde había nacido: mi mente.
Esa sensación de autocensura, de frenar tu propia voz, es como intentar construir algo en un terreno donde el suelo tiembla. No hay estabilidad, no hay confianza, y lo que podría haberse convertido en una chispa se apaga antes de encender algo más grande.
Es una experiencia que no solo ocurre en el trabajo; la vivimos en nuestras relaciones, con amigos, incluso con nosotros mismos. Esa duda interna: “¿Está bien que diga esto? ¿Qué pasa si me equivoco?” es la señal de un entorno donde la seguridad psicológica no existe.
Entonces, ¿qué es exactamente la seguridad psicológica? Es ese espacio invisible pero poderoso donde las ideas pueden fluir sin miedo, donde los errores no son un veredicto sobre quién eres, sino un paso hacia algo mejor. Es el lugar donde nos sentimos lo suficientemente cómodos para mostrarnos como somos, para alzar la mano, para disentir, para proponer, incluso para fallar.
Sin seguridad psicológica, no hay innovación, porque el miedo a equivocarse paraliza la creatividad. No hay crecimiento, porque las lecciones que más nos transforman nacen del ensayo y el error. Y, sobre todo, no hay conexión, porque la vulnerabilidad, la esencia de nuestras relaciones más profundas, requiere sentirse a salvo.
El problema es que muchas veces confundimos entornos “seguros” con aquellos que evitan el conflicto, donde todo está bien mientras nadie incomode a los demás. Pero la verdadera seguridad psicológica no es la ausencia de tensión, sino la presencia de confianza. No se trata de callar para evitar problemas, sino de hablar con la certeza de que serás escuchado.
Imagina un puente colgante: si los cables son frágiles, cada paso es un acto de riesgo. Pero cuando los cimientos son sólidos, puedes cruzarlo con firmeza, incluso disfrutar del paisaje mientras avanzas. La seguridad psicológica es ese puente bien construido que nos permite movernos hacia adelante, conectando ideas, personas y posibilidades.
Así que la pregunta no es solo cómo crearla en los lugares donde vivimos y trabajamos. La pregunta más importante es: ¿qué podríamos construir si existiera? Y la respuesta, creo, no tiene límites.
¿Qué es la seguridad psicológica?
Cuando era niño, recuerdo que mis abuelos tenía un gran huerto detrás de su casa. Es lo que tienen las aldeas. Pasábamos horas cuidándolo, plantando patatas, berzas, recogiendo fresas y quitando malas hierbas.
Ellos siempre me decían: “Si el suelo no es bueno, no importa cuánto cuides la planta, nunca crecerá fuerte.” En ese momento, no entendía del todo lo que quería decir, aunque me hacía gracia los montones de compost y las lombrices que había en ellos. Pero ahora veo que hablaba de algo más que de tomates y lechugas; hablaba de las condiciones necesarias para que algo, o alguien, prospere.
La seguridad psicológica es ese suelo fértil, esa base que permite a las personas florecer. Es la sensación de que puedes ser tú mismo, con todas tus preguntas, dudas y errores, sin temor a ser juzgado, humillado o castigado. Es saber que puedes equivocarte sin que eso se convierta en un motivo para desconfiar de ti, que tus ideas, por extrañas o incompletas que parezcan, serán escuchadas, y que tu voz tiene un lugar en la conversación.
El término lo introdujo Amy Edmondson, profesora de Harvard, quien lo definió como:
“La creencia compartida de que el equipo es un espacio seguro para el riesgo interpersonal”
Suena técnico, pero lo que significa en esencia es que, en los entornos con seguridad psicológica, el miedo al juicio no existe. Lo que sí existe es un compromiso colectivo por aprender y crecer, juntos.
Y aquí viene lo interesante: la seguridad psicológica no es una burbuja donde todo está siempre en calma y armonía. No se trata de evitar conflictos o de crear un espacio donde todos están de acuerdo todo el tiempo. Eso sería como regar una planta sin exponerla al sol: puede parecer segura, pero no crecerá. La verdadera seguridad psicológica es ese espacio donde puedes disentir, debatir y hasta equivocarte, pero siempre con la certeza de que las diferencias y los errores no son amenazas, sino oportunidades para construir algo mejor.
Piensa en un equipo de fútbol. Si los jugadores no se sienten seguros de hablar cuando algo no funciona, el juego nunca mejora. Pero si uno de ellos puede decir: “Creo que estoy fallando en esta posición, ¿cómo puedo hacerlo mejor?” y recibe apoyo en lugar de críticas destructivas, entonces el equipo avanza. La seguridad psicológica no elimina las conversaciones difíciles; las transforma en terreno para el crecimiento.
Es curioso, porque a menudo pensamos que la fortaleza de un grupo depende de la excelencia individual de sus miembros. Pero
lo que realmente hace fuerte a un equipo, una familia, o incluso una amistad, es la confianza de que todos están ahí para sumar, no para juzgar
La seguridad psicológica es ese acuerdo tácito: “Aquí, puedes ser tú mismo. Aquí, tus errores no te definen. Aquí, estamos para construir juntos”.
Cuando el suelo es bueno, las plantas crecen fuertes. Y cuando la seguridad psicológica existe, las personas —y las ideas— pueden hacer lo mismo.
Beneficios de la seguridad psicológica
Hace un tiempo, trabajé con dos equipos diferentes en proyectos similares. Ambos tenían personas con mucho talento, llenas de ideas y ganas de hacer algo grande. Pero había una diferencia clave entre ellos, una que no se veía en los informes ni en las reuniones iniciales, pero que marcó el destino de cada proyecto. Uno de esos equipos era un entorno seguro en cuanto a seguridad psicológica. El otro, no.
En el equipo sin seguridad psicológica, el miedo se respiraba en el aire, aunque nadie lo decía en voz alta. Las reuniones eran silenciosas, con miradas nerviosas que evitaban el contacto directo. Las preguntas eran pocas y cautelosas, como si estuvieran editadas mentalmente antes de salir de la boca. Nadie quería arriesgarse a decir algo que pudiera parecer “incorrecto”.
Las decisiones se tomaban rápido, pero no porque estuvieran claras, sino porque nadie se atrevía a cuestionarlas. Y cuando surgían problemas, porque siempre surgen, el resultado era un juego de culpas. Cada error era un ataque personal, y cada crítica, una herida.
El otro equipo era diferente. Desde la primera reunión, se sentía que las cosas fluían de otra manera. Había risas, debates intensos y, sobre todo, preguntas. Muchas preguntas. Aquí, no había miedo al “qué dirán.” Cuando alguien proponía algo y no funcionaba, la respuesta no era un juicio, sino una exploración: “¿Por qué no salió como esperábamos? ¿Qué podemos aprender de esto?”.
Los errores eran tratados como datos, no como fracasos personales. Y cada idea, por loca que pareciera, era escuchada. Ese equipo no solo terminó su proyecto con éxito; terminó más unido, con la sensación de que habían crecido juntos.
Esa es la diferencia que la seguridad psicológica puede marcar en un equipo:
Fomenta la innovación porque libera a las personas del miedo al error
Mejora la colaboración porque crea un entorno donde las ideas pueden combinarse, incluso chocarse, sin que nadie salga herido. Y reduce los errores porque, en lugar de ocultarlos, permite que se analicen y se solucionen.
Pero no es solo un beneficio grupal, también nos transforma a nivel personal. La seguridad psicológica nos da permiso para conocernos a nosotros mismos en profundidad. Nos permite explorar nuestras ideas sin juzgarlas de inmediato, lo que abre la puerta a la creatividad. Y, lo más importante, nos ayuda a aprender continuamente, porque no tememos enfrentar nuestras propias limitaciones.
En nuestras relaciones personales ocurre lo mismo. ¿Cuántas veces hemos callado algo importante por miedo a cómo reaccionaría la otra persona? Sin seguridad psicológica, esas conversaciones nunca ocurren, y lo que podría haberse resuelto con un diálogo se convierte en distancia. Por el contrario, cuando sentimos que podemos hablar sin miedo, las relaciones se convierten en un espacio de crecimiento mutuo.
Al final, la seguridad psicológica es como el oxígeno en una habitación. No siempre somos conscientes de su presencia, pero cuando falta, todo se vuelve más difícil. Y cuando está, permite que respiremos, creemos y conectemos, juntos y con nosotros mismos.
Los pilares de la seguridad psicológica
Cuando era pequeño, me fascinaba construir castillos de naipes (es lo que tiene ser hijo único, te entretienes con lo que sea). Cada carta debía estar en el lugar exacto para que todo se mantuviera en pie. Si una no estaba bien colocada, el castillo entero colapsaba.
Con el tiempo entendí que las relaciones humanas y los equipos funcionan de manera similar. Hay ciertos pilares fundamentales que sostienen todo; sin ellos, lo que construimos es frágil, inestable, y eventualmente, se cae. Esos pilares son la confianza mutua, el respeto, la vulnerabilidad y el feedback constructivo.
Confianza mutua
La confianza es el suelo firme donde todo comienza. Sin ella, cada palabra, cada gesto, se siente como una amenaza potencial. Es la sensación de saber que puedes hablar, proponer o cuestionar sin temer un ataque, una burla o un juicio.
Pero la confianza no aparece de la nada, se construye con pequeños actos consistentes. Es como esa persona que siempre te cubre las espaldas cuando algo no sale bien, o la que escucha sin interrumpir, dándote espacio para expresarte. Cuando existe confianza mutua, las relaciones dejan de ser un campo minado y se convierten en un lugar seguro para explorar.
Respeto
El respeto es el siguiente nivel del castillo. Es la práctica de valorar todas las voces, incluso las que son diferentes a la tuya. Es entender que la experiencia, las ideas y los miedos de cada persona son válidos, aunque no siempre estés de acuerdo.
Sin respeto, las conversaciones se convierten en competiciones, donde ganar importa más que escuchar. Pero con respeto, incluso las diferencias más profundas se convierten en oportunidades para aprender. Es como cuando alguien se atreve a decir:
“No estoy de acuerdo, pero quiero entender tu punto de vista”.
Esa frase, tan sencilla, puede cambiarlo todo.
Vulnerabilidad
Aquí es donde las cosas se vuelven reales. Mostrar vulnerabilidad es como quitarse una armadura en medio de una batalla: requiere valentía. Significa admitir que no lo sabes todo, que a veces fallas, que necesitas ayuda.
Pero la magia de la vulnerabilidad es que, cuando una persona la muestra, abre la puerta para que otros también lo hagan. Es como encender una luz en un cuarto oscuro. Al principio, puede ser incómodo, pero pronto te das cuenta de que no estás solo. La vulnerabilidad no debilita a los equipos; los fortalece, porque crea conexiones genuinas.
Feedback constructivo
El último pilar es el feedback constructivo, que no es más que el arte de señalar algo que puede mejorar sin destruir a la persona en el proceso. Es decir: “Esto no salió como esperábamos, pero aquí hay algo que podemos ajustar,” en lugar de: “Esto fue un desastre, y es tu culpa”.
El feedback constructivo es la herramienta que transforma errores en aprendizajes, y desafíos en soluciones.
Pero requiere empatía, porque no se trata solo de lo que dices, sino de cómo lo dices.
Es como un puente entre el presente y un futuro mejor; si lo construyes bien, todos quieren cruzarlo.
Juntos, estos pilares crean el entorno donde las personas no solo trabajan, sino que florecen. Confianza, respeto, vulnerabilidad y feedback constructivo son las cartas que sostienen el castillo. Y cuando están en equilibrio, lo que construyes no solo se mantiene en pie, sino que resiste cualquier tormenta.
Cómo fomentar la seguridad psicológica
Imagina un fuego que apenas empieza a prender. Es pequeño, frágil, y basta un soplo de viento para apagarlo. Pero si lo cuidas, si le das espacio, lo proteges y alimentas con la cantidad justa de aire, puede crecer hasta convertirse en algo poderoso.
La seguridad psicológica es ese fuego. No aparece de la nada; necesita atención, intención y cuidado para crecer. Y la buena noticia es que todos, en mayor o menor medida, podemos ser guardianes de esa llama, ya sea como líderes, creadores de entornos o simplemente como individuos en nuestras relaciones diarias.
Como líder o creador de entornos
Da ejemplo mostrando vulnerabilidad
Ser vulnerable como líder es aterrador. Es como pararte en medio de un escenario y admitir que no tienes todas las respuestas. Pero cuando lo haces, algo cambia. Tu equipo deja de verte como alguien inalcanzable y comienza a verte como un ser humano.
Contar tus errores, hablar de tus dudas o pedir ayuda no te hace débil; te hace accesible
Es como abrir una puerta que siempre estuvo cerrada. La primera vez cuesta, pero una vez abierta, el paso se vuelve natural, y otros sienten que también pueden cruzarla.
Escucha activamente y valida las emociones de los demás
Escuchar realmente a alguien no es solo oír las palabras que dice; es percibir lo que hay detrás de ellas. Es como sintonizar una frecuencia en la radio hasta que todo suena claro.
Escuchar activamente significa dejar el juicio de lado por un momento y simplemente estar presente. Y validar las emociones no es decir: “Tienes razón,” sino algo más poderoso: “Te entiendo.” Ese pequeño gesto puede convertir una conversación incómoda en una conexión genuina.
Promueve el aprendizaje del error
Todos cometemos errores, pero lo que define a un equipo o una relación no es la ausencia de fallos, sino cómo reaccionamos ante ellos. Como líder, tienes el poder de transformar los errores en lecciones.
Puedes decir: “¿Qué aprendimos de esto?” en lugar de buscar culpables. Es un cambio pequeño, pero crea una cultura donde el miedo al error se convierte en curiosidad por mejorar.
Como individuo
Aprende a comunicar tus límites y expectativas
Crear seguridad psicológica no significa aceptar todo en nombre de la paz. Se trata de ser claro y honesto con lo que necesitas y esperas. Comunicar límites no es un acto egoísta; es como poner señales en un camino. Le dice a los demás por dónde pueden avanzar y hasta dónde es seguro llegar. Y cuando lo haces, no solo te proteges a ti mismo, sino que ayudas a que las relaciones sean más claras y saludables.
Busca entornos donde puedas ser auténtico
No todos los lugares son fértiles para la seguridad psicológica. Algunos están llenos de juicio, competencia o indiferencia. Aprender a identificar esos entornos y alejarte de ellos no es rendirse, es cuidarte.
Busca personas y espacios donde puedas ser tú mismo, con tus fortalezas y tus defectos, y donde no sientas que tienes que esconder una parte de ti para encajar.
Practica la autoaceptación como base para confiar en otros
Finalmente, todo comienza contigo. La seguridad psicológica externa es un reflejo de la interna. Si no te aceptas a ti mismo, será difícil confiar en que otros lo harán. Practicar la autoaceptación no es un camino fácil; requiere paciencia y compasión.
Pero cuando empiezas a aceptarte, con tus errores, tus miedos y todo lo que eres, algo cambia. Ya no buscas validación constante en los demás, y eso, curiosamente, te hace más capaz de crear conexiones genuinas.
Al final, fomentar la seguridad psicológica es un acto de liderazgo, pero también de humanidad.
Es como cuidar un fuego: no se trata solo de protegerlo, sino de asegurarte de que su luz y su calor lleguen a todos los que están a tu alrededor, incluyendo a ti mismo.
La seguridad psicológica como base del crecimiento personal
Hace unos días, observé a mi hijo pequeño intentando construir una torre con bloques. Colocaba uno encima del otro con cuidado, pero cuando llegaba a cierto punto, la estructura tambaleaba y caía.
Frustrado, miró los bloques en el suelo y murmuró: “No puedo.” Quise ayudarlo, pero algo me detuvo. En lugar de decirle qué hacer, le pregunté: “¿Qué crees que pasó?”. Me miró, pensativo, y tras un momento, respondió: “Creo que abajo no está firme.” Volvió a empezar, ajustando las primeras piezas. Bloque a bloque, la torre creció, más alta que antes.
Ese momento se quedó conmigo porque me recordó algo fundamental: todo lo que queremos construir en la vida depende de lo que hay en la base. Y en nuestro caso, esa base es la seguridad psicológica. Sin ella, cualquier intento de crecer, como personas, como equipos o como familias, se tambalea. Con ella, tenemos la confianza para intentar, fallar y volver a intentar, una y otra vez.
Pero aquí está la clave: la seguridad psicológica no es solo un regalo que damos a los demás. Es una inversión en nosotros mismos:
Cuando creamos espacios donde podemos ser auténticos, también estamos cultivando un entorno que nos permite crecer.
Cada vez que damos el primer paso para abrirnos, para confiar, para escuchar, estamos fortaleciendo esa base. Y en el proceso, algo mágico sucede: los demás empiezan a hacer lo mismo. La seguridad psicológica se expande como ondas en el agua, alcanzando lugares que ni siquiera imaginábamos.
El crecimiento personal no ocurre en el vacío. Necesitamos entornos donde podamos explorar quiénes somos, con todo lo que eso implica: nuestras ideas, nuestros miedos, nuestras equivocaciones. Es en esos espacios donde realmente aprendemos, donde nos arriesgamos a ser más de lo que éramos ayer. Sin esa base, estamos construyendo sobre arena. Pero con ella, estamos plantando raíces profundas, capaces de resistir cualquier tormenta.
Creando seguridad psicológica
Imagina por un momento los lugares donde pasas más tiempo: tu trabajo, tu hogar, tal vez un grupo de amigos o un equipo. ¿Son espacios donde te sientes libre de ser tú mismo? ¿Donde puedes hablar sin miedo a ser juzgado? ¿O son lugares donde te encuentras midiendo cada palabra, editando tus pensamientos antes de expresarlos?
Estas preguntas pueden incomodar, pero también pueden abrir la puerta a algo importante: la posibilidad de transformar esos espacios en algo mejor.
La seguridad psicológica no surge de grandes gestos heroicos, sino de pequeños actos cotidianos que, acumulados, cambian la dinámica de nuestras relaciones. Y quizás, el primer paso para construirla está en algo tan sencillo —y a la vez tan poderoso— como escuchar.
Esta semana, te invito a practicar algo diferente: escucha sin interrumpir. Dale a alguien tu atención completa, sin intentar corregir, sin pensar en lo que vas a responder, sin apresurar la conversación. Y cuando esa persona termine de hablar, valida su perspectiva.
Tal vez no estés de acuerdo con lo que dice, pero eso no significa que no puedas reconocer su punto de vista: “Te entiendo” o “Gracias por compartir esto conmigo.” Es un gesto pequeño, pero tiene el poder de cambiar cómo alguien se siente en ese momento.
A veces subestimamos el impacto que nuestras acciones pueden tener en los demás. Pero la verdad es que todos podemos ser catalizadores de cambio. Al escuchar y validar a otra persona, estás sembrando una semilla de seguridad psicológica. Y esa semilla, si la cuidas, puede crecer más allá de lo que imaginas.
Si decides intentarlo, me encantaría que me contaras cómo te fue. ¿Qué sentiste? ¿Cómo reaccionó la otra persona? O si ya has vivido experiencias donde la seguridad psicológica marcó la diferencia, compártelas. Tus palabras pueden inspirar a otros a dar ese primer paso. Estoy aquí para leerlas.
Porque al final, construir seguridad psicológica no solo transforma nuestros entornos; también nos transforma a nosotros mismos. Y eso, creo, es un cambio que vale la pena perseguir.
Corti, 19 de diciembre de 2024
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Fundamental este aspecto para construir culturas de alto rendimiento. El miedo es muy mal acompañante a la hora de construir el mejor resultado.
A ver si la leo completo, tiene muy buena pita. Uso wifi en bibliotecas y con 2 horas al día con tanto conocimiento disponible. Fabuloso.