Como buen emprendedor, soy una persona obsesiva, y eso me lleva a enfrascarme en mis proyectos bastante más de la cuenta.
Quizás como contrapeso o como efecto rebote, he vivido también muchos momentos donde me he obsesionado con encontrar el equilibrio perfecto entre mi vida personal y el trabajo.
Llegando a creer que si lograba ajustar bien las horas, distribuía bien los esfuerzos y separar los espacios, iba a sentirme en paz. Como si la vida fuera una ecuación que, resuelta correctamente, me diera un resultado exacto: balance.
Pero la vida no funciona así. O quizás sea que yo no funciono así.
Intenté dividir el tiempo de manera quirúrgica: “De tal hora a tal hora, trabajo. De tal hora a tal hora, familia. Luego, deporte. Luego, lectura.” Un esquema precioso, a la más pura “mourning routine” de emprendedor de éxito americano. Pero solo encaja… sobre el papel.
La realidad es que había días en los que el trabajo se alargaba porque había una idea que me emocionaba o porque había un problema que había que resolver. Días en los que mi hijo me pedía jugar un rato más y no tenía sentido decirle que no. Días en los que simplemente estaba demasiado cansado para seguir cualquier planificación.
Lo peor de todo es que buscando ese equilibrio perfecto, persiguiendo lo que pensaba que debía de conseguir si o si, me estresaba más y disfrutaba menos del camino. Me acababa frustrando por no conseguir seguir el plan que había diseñado, y eso hacía que a cada momento pensara que tenía que estar haciendo otra cosa o agobiado porque enseguida tenía que dejar lo que estaba haciendo aunque todavía no estuviera resuelto.
Y ahí fue cuando entendí algo fundamental: el equilibrio continuo es un mito (o al menos lo es para mí).
No se trata de repartir el tiempo en partes exactas, sino de que cada cosa que haces tenga sentido en tu vida. Que cuando trabajes, lo hagas con ganas. Que cuando estés con tu familia, estés presente. Que cuando descanses, lo hagas sin culpa.
Detrás de todo esto se encuentra algo muy importante, que es conocerte profundamente a ti mismo. Entender tu esencia, para no tratar de guardarla en un tarro que no le corresponde. En mi caso, que emprendo como forma de expresión, que la creación de proyectos, de contenidos o de lo que sea, es una parte vital, no puedo seguir las reglas que le sirven a gente que ambiciona otras cosas en la vida. Tengo que crear mis propias reglas, un “tarro” donde mi esencia brille y me haga más feliz.
El falso ideal del balance perfecto
Nos han vendido la idea de que una vida plena es aquella en la que logramos un equilibrio constante entre trabajo y vida personal, como si estuviéramos en una balanza perfectamente calibrada. Pero la verdad es que la vida se mueve en ciclos. Hay momentos en los que el trabajo demanda más. Hay otros en los que la familia o la salud se vuelven la prioridad. Y eso está bien.
El problema no es el desbalance en sí. El problema es estar desbalanceado siempre hacia el mismo lado. Si todo tu tiempo y energía van al trabajo, te vacías. Si todo va al ocio, te frustras. La clave no es mantener un balance perfecto cada día, sino que, al mirar en perspectiva, sientas que estás viviendo de manera plena.
Más que balance, busca satisfacción
Pregúntate esto: ¿Cómo me siento con la forma en la que estoy viviendo?
Si la respuesta es que te sientes satisfecho, no importa si esta semana trabajaste mucho más de la cuenta o si pasaste más tiempo con tu familia que con tu negocio. Lo importante es que no sientas que te estás traicionando a ti mismo.
Quizá la clave no está en dividir el tiempo de forma exacta, sino en estar presente y en paz con las decisiones que tomas. Quizá la verdadera armonía no se mide en horas, sino en cómo te sientes cuando cierras el día.
Porque al final, la vida no se trata de encontrar equilibrio perfecto. Se trata de que cada cosa que hagas, la hagas con sentido.
Corti, 30 de enero de 2025
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Leo “ Intenté dividir el tiempo de manera quirúrgica” y lo podía haber escrito yo perfectamente. Muchas reflexiones acertadas, muy bueno Corti, como siempre ;) abrazote!
El equilibrio es imposible, que cantaba Iván Ferreiro ;)