Si hay algo que aprendemos de pequeños es que ser tu mismo puede parecer un acto peligroso. Quién no ha tenido una situación donde una confesión inocente se haya convertido en chiste en un recreo y haya escalado hasta una situación incómoda donde aprendes que ser auténtico puede costar muy caro.
Curiosamente cuando pasan los años te vas dando cuenta de que ser auténtico también es un valor diferencial. Lo que de pequeño te hacía ser “el rarito”, de mayor puede ser una ventaja competitiva.
Pero esto es algo que nos cuesta lograr, porque esas lecciones de patio de colegio nos aferran a un miedo muy profundo. Un miedo que la humanidad lleva arrastrando desde hace miles de años.
Estamos diseñados para encajar. Hace 50.000 años, ser aceptado en la tribu era cuestión de vida o muerte. Si te aislaban, no solo te sentías solo: literalmente morías. Así que nuestros antepasados desarrollaron un radar emocional para detectar cualquier riesgo de rechazo, un radar que seguimos llevando con nosotros aunque ya no vivamos en cavernas.
Hoy, ese instinto nos hace temer cosas absurdas: el juicio de personas que ni siquiera recordarán nuestro nombre, una crítica en redes sociales o el silencio tras una idea compartida en una reunión. Nos adaptamos, callamos, y poco a poco dejamos de ser quienes realmente somos. Porque nos han vendido que la aceptación externa vale más que la paz interna.
Pero aquí está la verdad que nadie te dice: casi nadie está mirando.
La gente está tan ocupada preocupándose por lo que otros piensan de ellos, que apenas tienen tiempo para pensar en ti. Y aunque lo hicieran, ¿qué importa?
Lo que realmente importa es esa voz que llevas dentro, la que sabe lo que amas, lo que te inspira, lo que quieres construir. Es la única voz que merece tu atención, pero la has dejado en segundo plano por tanto tiempo que tal vez te cueste reconocerla.
Tenemos que cambiar eso. Escucharnos a nosotros mismos con más cuidado y respeto. Actuar en línea con esas conversación interna, aunque tiembles de miedo. Descubrir que, en realidad, el rechazo que temes no tiene tanto poder. Y que la libertad de ser tú mismo siempre vale el riesgo.
Porque, al final, ¿de qué sirve vivir la vida de otros si la única que tienes es la tuya?
Un abrazo,
Corti, 16 de enero de 2025
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Esto es extrapolable a muchas cosas: A dejar de ser uno mismo en el trabajo y dejarte llevar por el día a día, a no querer exponerte tal y como eres con conocidos o en redes, a ahogar esas ideas de tu niño interior por encajar... Cuando la realidad es que, quien te quiera (para lo que sea), lo hará por cómo eres de verdad.
Qué sencillo es esto, pero qué complicado de recordar.
Gracias por este post, porque se me estaba olvidando un poco por qué hago lo que hago.