Empiezas con una idea clara de quién eres, qué quieres y por qué lo haces. Tienes principios. Tienes valores. Sabes lo que es importante para ti.
Pero a medida que avanzas, el camino se llena de ruido. Oportunidades que parecen demasiado buenas para dejarlas pasar, consejos bien intencionados que te empujan en direcciones que nunca imaginaste, expectativas que pesan más de lo que admites.
Y un día te descubres justificando decisiones que antes no habrías tomado, haciendo cosas que no te llenan, rodeado de personas que te aplauden, pero con un éxito que se siente vacío.
Te dices que es parte del juego. Que es necesario. Que no se puede tener todo.
Pero en algún momento, cuando las luces se apagan y te quedas solo con tus pensamientos, aparece la pregunta que no puedes ignorar: ¿en qué momento empecé a traicionarme?
El peligro de alejarte de ti mismo
No sucede de golpe. Nadie se levanta un día y decide convertirse en una versión diluida de sí mismo. Es un proceso lento, casi imperceptible. Aceptas un trabajo que no te llena porque “es lo que toca”. Dices que sí a algo que no quieres hacer porque “sería un error dejarlo pasar”. Dejas que otros definan qué significa crecer, avanzar, triunfar.
Y al principio, todo parece normal. Estás logrando cosas. Desde afuera, todo se ve bien. Pero hay una sensación extraña, una incomodidad sutil que aparece en momentos de silencio. No te sientes del todo en casa dentro de tu propia vida.
Porque la validación externa es un arma de doble filo. Cuando empiezas a medir tu éxito por la aprobación de otros, corres el riesgo de convertirte en alguien que solo existe para cumplir expectativas. Y ese es el camino más rápido hacia el agotamiento. No un cansancio físico, sino algo más profundo: una fatiga emocional de estar sosteniendo una vida que no encaja contigo.
Cómo no perderte en el camino
No se trata de rechazar toda oportunidad ni de vivir con paranoia, creyendo que cada decisión te aleja de ti mismo. Se trata de saber cuándo parar. De darte permiso para ajustar el rumbo sin sentir que estás fallando.
Empieza por hacerte preguntas incómodas.
Si hoy tuvieras que empezar de cero, ¿volverías a elegir lo mismo? ¿El camino que estás recorriendo es realmente el tuyo, o solo el que parece más lógico desde afuera? ¿Sigues sintiendo orgullo por la persona en la que te estás convirtiendo? ¿Sigues estando orgulloso de lo que estás construyendo?
Si alguna respuesta te incomoda, no la ignores. El descontento silencioso es la primera señal de que algo necesita cambiar.
A veces, la mejor decisión no es seguir adelante sin mirar atrás. Es detenerse lo suficiente para recordar por qué empezaste en primer lugar.
Porque crecer no debería significar traicionarte. De nada sirve llegar lejos si, al final del camino, no te reconoces.
Corti, 27 de febrero de 2025
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Buenísima reflexión, el problema es que el miedo nos paraliza al que pasará si..., con lo que es lo que hay o es lo que toca lo aplicamos a todo, pero no arreglamos nada y menos a nosotros mismos. Gracias por compartir y hacernos reflexionar.