Si fuera cualquier otra semana, seguramente recibirías este correo un jueves. Pero claro, entonces sería 15 de agosto y el asunto perdería su sentido. Sería otra historia.
El 15 de agosto es festivo, si señor, pero más allá de eso, no tiene nada de especial para mi.
Pero el 14 de Agosto es otra historia.
En mi casa siempre fue un día especial. Desde mucho antes de que yo naciera. Así que cada vez que escucho “catorce de Agosto”, algo llama mi atención.
Por si acaso se me olvidara o fuera perdiendo fuerza con el tiempo (algo que no quiero que ocurra), lo tengo apuntado en el calendario. Si no fue el primero, sería de los primeros eventos que añadí a mi Calendar asociado a mi correo de Gmail personal.
Cada 14 de Agosto, en mi calendario, veo el evento: “Pa”.
Hace ya mucho que se fue, pero el 14 de Agosto siempre será el día del cumpleaños de mi padre. Un día para hacer alguna pequeña excursión a ver alguna iglesia o puente romano, comerse un bocatita de jamón donde “os gaiteiros” y cositas del mar, eso siempre le gustaba.
Cuando se fue, traté de olvidarlo. No hacer frente a su pérdida. Soy especialista en meter la mierda debajo de la alfombra, tanto en el mundo real como en el interior. Con el deseo que de ahí se vaya sola, aunque la realidad es que luego acaba oliendo peor.
Con el tiempo voy normalizándolo. Me va sirviendo para aprender que las cosas están ahí lo queramos o no. Que tiene tan poco sentido tratar de ignorarlas como hacerlas demasiado caso. Es lo que es.
Hoy haré como si nada, para variar. Simplemente estaré algo pendiente de mi madre, que se que lo echa de menos siempre. Pero disimulando un poco, sin que se note. Aunque voy aprendiendo a convivir de forma más natural con la pérdida, por ahora bastante que la hablo conmigo mismo.
Lo bueno de tener esta conversación interior es que acabas entendiendo el importante papel de la pérdida. Al igual que la aversión a la pérdida nos hace preferir no perder algo a poder ganar mucho más, la pérdida de la gente a veces nos duele más de lo que disfrutábamos a esas personas en vida.
Perder algo o a alguien nos hace darnos cuenta y valorar más lo que si tenemos. Ponernos en la situación de cómo nos sentiremos cuando no esté. Darnos cuenta de que, aunque nos comportemos como si siempre vaya a estar ahí, lo más normal es que en un tiempo no esté. O los que no estemos seamos nosotros.
Gestionar la pérdida es algo complejo, y uno no sabe cómo encararlo. Cuando era pequeño perdí a mi prima Meditos. Es una de las primeras personas que recuerdo perder. Seguramente de las primeras veces que era consciente de perder a alguien muy querido (era una prima fantástica).
Viviendo en la ciudad desnaturalizas muchas cosas, entre ellas la pérdida de tus seres queridos. Esas cosas quedan relegadas a las afueras de la ciudad, a esos tanatorios que parecen concentrar todo el sufrimiento de las personas que se quedan. Pero la pérdida en los pueblos y aldeas es algo muy distinto. De aquella no lo entendía, casi lo detestaba y detesté hasta hace algún tiempo. Hay un sufrimiento muy tangible y abierto, se comparte el dolor en familia y con los amigos, todos juntos en la casa y en al pueblo. Se habla de la muerte, se habla de la pérdida. La gente se muestra triste. También, como buenos gallegos, hay mucho humor negro, con escenas casi grotescas cuando no las entiendes.
Quizás por todo ese contexto, muy seguro por ser consciente de que ya no volvería a verla, se día me derrumbé y, como es normal, lloré desconsolado. Me prometí que la siguiente vez que me enfrentara a la pérdida sería muy distinta.
Durante años sentí que cómo debía reaccionar uno ante la pérdida es tratando de hacerla el mínimo caso. De hecho, cuando perdí a mi padre traté de tomármelo con la mejor actitud posible. Tratar de bromear lo máximo posible, tratar de “naturalizarlo” como si no afectara.
Creo que el tiempo me ha hecho entender algo mejor lo que es natural en la pérdida. La gente de los pueblos y aldeas lo tienen más interiorizado, porque lidian con ello a diario. La gente se muere en su casa, dentro del pueblo, no en un edificio gris a las afueras.
Naturalizar la pérdida es entender que es algo que pasa, y que es algo que duele. Y punto.
A partir de aquí, lo natural es que cada uno lo procese como pueda. Se permita sentirlo como lo sienta y no solo respete a los demás en su dolor, si no se respete a si mismo.
Yo me empiezo a dar cuenta, y empiezo a respetarme. Por eso te doy la murga hoy con este texto. Que seguramente no es tanto una reflexión de crecimiento. Si no el permitirme a mi mismo llorar un poco a mi padre en un día tan especial. Llorarle como yo soy capaz de expresarme y permitirme mejor, que es escribiendo. Unas lágrimas que no son realmente de dolor, si no de echarle de menos. Unas lágrimas que te sanan por dentro, porque lo único que dicen es “te echo de menos”.
Corti, 14 de agosto de 2024.
Abrazote grande, máster.
Te mando un abrazo gigante desde aquí 🤗